“Corregir, revisar, corregir… En la tercera o cuarta revisión, armada con un lápiz, releo el texto y suprimo cuanto puede ser suprimido. Esto es un triunfo… Estoy encantada, he suprimido lo inútil»
Marguerite Yourcenar (seudónimo de Marguerite Cleenewerck de Crayencour), novelista, ensayista, poeta, dramaturga y traductora.
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Vivimos en un mundo sometido a la rapidez. A la inmediatez. Al todo para ya. Un mundo en el que queda viejo lo escrito y publicado hace diez minutos. Un mundo sometido a un vertiginoso cambio. A un permanente agobio sobre el más rápido todavía.
Y, con tal vorágine, nos olvidamos de pulir todo lo que escribimos. Lo que publicamos en medios de comunicación, en portales, webs y redes sociales. Y estas terribles prisas nos llevan a cometer errores. Variados y diversos errores. En titulares. En el cuerpo de la noticia. Y aquí no se libra nadie. Ni el digital de mayor difusión. Ni ninguna cadena de televisión al titular nombres o cargos de los entrevistados, al entrecomillar frases lapidarias o noticias.
¿No somos aún conscientes que lo escrito permanece? ¿Y que estos textos hablan de nosotros, de quien firma, de nuestro medio de comunicación? Habla, y mucho, de quien no edita…
Todo esto sucede porque ya no editamos nuestros textos. Porque no tenemos tiempo… Las prisas, los nervios, nos han vuelto descuidados. Y perdemos de vista una labor social que todo periodista debiera de grabarse a fuego en las yemas de sus dedos cuando escribe. Podemos, o no, aportar nuestro granito de arena a la cultura de quien nos lee. Y, si inducimos al error, confundimos. Creamos dudas. Y, además, mostramos que no somos rigurosos. Estrictos. En suma, no editar o corregir nos muestra descuidados.
Antaño, los medios de comunicación contábamos con la soberbia labor del corrector. La persona que unificaba el estilo del texto. Quien pulía todo lo escrito. Reforzaba la calidad del texto y lo hacía más comprensible. Impoluto. Pero los tiempos avanzaron vertiginosamente y las redacciones adelgazaron ostensiblemente presupuestos y personal.
Hace ya un tiempo, durante la última década el siglo pasado, tuve ocasión de entrevistar a Masaaki Imai, con motivo de unas Jornadas de RENFE en Madrid. El creador del kaizen (kai, cambio, y zen, bondad) incidía en esa mejora continuada en la empresa, que nos muestra que dan mejores resultados los cambios pequeños y periódicos que un gran cambio.
Esa mejora continua trasciende más allá de la empresa hasta arribar a nuestra profesionalidad. A nuestro ámbito personal.
Sumémonos, pues, al espíritu de mejora continua y apliquémonos las 5 «S» del Kaizen, que tan fructíferas han resultado en marcas como Toyota (en su caso, introdujeron mejoras que iban de la producción a atención al cliente). Cada palabra representa un paso:
- Seiri: ¿Qué es útil y qué inútil?
- Seiton: Ordena lo útil y decide qué hacer con lo inútil y reduce las búsquedas.
- Seiso: Orden y limpieza en tu zona de trabajo.
- Seiketzu: O limpieza estandarizada, desde el entorno a la higiene y el aseo personal. Clasificación, orden y limpieza, en suma.
- Shitzuke: Al fomentar la disciplina y el autocontrol mejoras la productividad.
El objetivo es obvio. Ser mejores. Más constantes, disciplinados. Caminando hacia la búsqueda, y consecución, del error cero de todo lo que escribamos, en nuestro caso. Editando. Leyendo. Releyendo. Lo escrito queda. Permanece. Es nuestro. Es nuestra responsabilidad.