LA ÉTICA Y EL PERIODISTA

Imagen: © Jugoslav Vlahovic

«Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias». 

Ryszard Kapuscinski, periodista, escritor, ensayista y poeta polaco..

Principios. Valores. ¿Te suenan estas palabras? ¿Las contemplas en tu día a día en los profesionales del periodismo? O, ¿en otros ámbitos de tu vida? O, ¿se están convirtiendo en unas reliquias del pasado?

Hagamos lo que hagamos en nuestras vidas, en la mía, tiene que regirse por unos principios y valores. Se rige. Planteamientos de vida que nos llevan a la bonhomía de la persona. Sencillez y bondad sí. Ingenuidad para que se aprovechen de ella, ya no. O, lo que es lo mismo, parafraseando al profesional de la palabra Ryszard Kapuscinski, “las malas personas no pueden ser…”. 

No pueden ser nada. Ni periodistas. Ni buenos médicos. Ni soberbios artistas. ¿Puedo ser mala persona y buen periodista? No. ¿Buen médico y mala persona? Por descontado que no. ¿Soberbio pintor y mal bicho? Quizás sus cuadros nos muestren belleza y rotundidad. Pero, ¿te has parado a pensar cómo trataba a sus modelos, cómo utilizaba a sus mujeres y amantes a las que luego encumbraba a la historia tras maltratarlas física y psicológicamente?

Es un todo. Un bloque homogéneo. Todos, eso sí, cargados de matices. Lo puro o lo negro refulgen no existen en su más plena intensidad. Vienen cargados de un amplio abanico de pantones.

Mi profesión, a la que prefiero denominar como oficio, está sometida a un Código Deontológico de la Federación de Asociaciones de Periodistas de España, FAPE. Su Artículo 3.8 es claro: “El periodista no utilizará nunca en beneficio propio las informaciones privilegiadas de las que haya tenido conocimiento como consecuencia del ejercicio profesional”. 

Para mí esto va más allá de asuntos financieros y sus limitaciones, que está muy bien recordar:

a) “No podrá utilizar en su propio beneficio económico datos financieros de los que tenga conocimiento antes de su difusión general, ni podrá tampoco transmitir tales datos a terceros.

b) No podrá escribir sobre acciones o valores en los que tenga un interés financiero significativo propio o de sus familiares.

c) No podrá negociar de ningún modo acciones o valores sobre los que tenga intención de escribir en un futuro próximo”.

Comparto y suscribo. Pero, ¿qué me dices de los profesionales de la información que se dedican también a desinformar? Aquellos que en una mar en la que, aparentemente, la información fluye con maestría, tergiversan, manipulan e influyen sin conciencia ni reparos. ¿A dónde ha ido a parar su deontología profesional?

No olvidemos que los periodistas somos rehenes del medio en el que estamos. Del medio equis, de su homónimo zeta. O pagamos cara nuestras ínfulas de libertad. 

Sometidos siempre al amo, sobre el que pivotan planteamientos políticos barnizados por los intereses de la propia empresa periodística y sus accionistas. El periodista tiene la mala costumbre de tener que comer. De pagar una hipoteca. De querer, y poder tener, hijos. Vamos, como todos los mortales.

No queda tan lejos aquel aforismo de “la cantidad de salmón y caviar que tiene que comer un periodista para llevar un plato de lentejas a casa”. Tiempos de opíparas ruedas de prensa, especialmente en la prensa económica y de motor. Tiempo de currinches, de los iniciados en el periodismo. Cargados de ideales. De sueños.  

Hasta que la realidad pone a cada persona en su sitio. Y se da cuenta de que ser periodista no es eso. Pero, enseguida, el profesional de base comprueba que siempre prevalecen los intereses económicos del medio. O que su buen reportaje de investigación puede ser moneda de cambio para que su grupo renueve una cabecera que editan… durante cinco años más y una buena cifra de publicidad en todos los medios del grupo.

No. El periodismo no es eso. Pero lo es. Por desgracia. O te sometes o te someten. O te vas y haces un periodismo tranquilo. Con ética. Con dignidad. Con principios. Todos podemos elegir siempre. Aunque hayamos oído nuestras tripas sonar.

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