Imagen del atentado de ETA contra la Casa Cuartel de Zaragoza, en 1987. Foto Agencia EFE.
«No todas las opiniones son respetables, lo que es respetable es el derecho a exponer tu opinión«,
José Antonio Marina, filósofo, ensayista y pedagogo.
¿Cómo actuaría yo si…?
Resulta sorprendentemente fácil, e irreal, juzgar a alguien sin haberse puesto sus zapatos. Y somos muy dados a ello. Juzgamos. Criticamos. Emitimos categóricas sentencias. Y no hemos ni sentido sus poros ni vivido su época concreta.
Cuando comencé a pergeñar esta nueva entrada de mi particular Cuaderno de Bitácora mis sentimientos permanecían encontrados. A un lado de este imaginario ring, mi mente. Y la máxima grabada a fuego en ella, libertad de prensa, libertad de expresión, que controla e impulsa mis actos profesionales.
Al otro lado, el corazón, serpenteado por viejas cicatrices. Secas. Pero que, al mínimo roce, aún supuran. Un corazón que pregunta. Que cuestiona. Que interroga al periodista que lo alberga.
Y tú, ¿qué preguntarías si…?
Antes de responder a la pregunta, rememoro las sabias palabras de Arturo Pérez-Reverte, que afirma, y comparto, que «Cada vez me cuesta más entender el mundo actual«. Un mundo que se aleja a pasos agigantados de principios, nobleza y estilo. Como para todo, para ejercer el periodismo, hay que tener clase. Pero ahora no resulta tan sencillo. Durante la dictadura, de la que, afortunadamente, apenas conservo vahídos y el recuerdo de los días festivos tras el óbito, los profesionales de la palabra recurrían a ingenio y un particular malabarismo para eludir la censura.
Ahora no. El profesional queda automáticamente encasillado… aunque no quiera, por dictados políticos y/o empresariales. O eres. O no eres. Y si no eres de nada ni de nadie, supuestamente eres, o no, del otro.
Y, por ende, con la máxima de la bandera de la libertad de prensa se camuflan variopintos intereses que poco o nada tienen que ver con la auténtica LIBERTAD DE PRENSA. Con mayúsculas. La de verdad.
Y ahora, sí responderé a la pregunta.
¿Sería capaz de entrevistar a un asesino confeso? ¿Cómo actuaré? ¿Hasta dónde llegará mi afilada daga para retratar su más pura esencia?
A asesinos sin escrúpulos, me refiero.
Hace ya años, la periodista Gitta Sereny justificaba este tipo de entrevistas… para “comprender mejor el pasado y construir un futuro más humano”. Entrevistas razonadas, señalaba, con el arquitecto de confianza de Hitler, Albert Speer, o con el Comandante de Auschwitz, Franz Stangl. Quería comprender dónde surgía el mal, la violencia en sí.
¿Justifica esa búsqueda del origen del mal, y mirando nuestro mundo actual, entrevistas a?:
- El Chicle, José Enrique Abuín, por las atrocidades cometidas a Diana Quer.
- Rosario Porto, si aún estuviera viva, y a Alfonso Basterra, por su hija adoptiva Asunta.
- José Bretón, asesino de sus hijos Ruth y José.
- Ana Julia Quezada, asesina del pequeño “pececito” Gabriel.
- David Oubel, el asesino de Moaña, que acabó con la vida de sus hijas, de 4 y 9 años.
- María, la asesina de Godella, que acabó con la vida de sus hijos Rachel y Amiel.
- …
- O José Antonio Urrutikoetxea, alias Josu Ternera. En su haber, al antiguo jefe etarra y prófugo de la justicia, que afronta una petición fiscal de 2.354 años de cárcel, asesinó a 11 personas, 6 de ellas menores de edad. E hirió a otras 88. La retina aún guarda imágenes del sanguinario atentado a la casa cuartel de la Guardia Civil de Zaragoza, el 14 de diciembre de 1987.
Jordi Évole lo tuvo claro con el etarra.
Controversias aparte, y partiendo de la premisa de la defensa a ultranza de la libertad de prensa, todo periodista es, debiera de ser, un ser humano. A ser posible bueno, con las connotaciones que implica la bondad. El ser persona implica una carga de dilemas morales. De ética y de afinidades políticas.
“Entrevistar no es blanquear. Entrevistar no significa compartir las ideas del entrevistado. Parece mentira que todavía tengamos que aclarar cuestiones tan obvias”. Jordi Évole dixit, y no sin razón, ante tantas y tantas críticas recibidas. Pero, compañero, ¿dónde quedó el Évole incisivo y mordaz, el que puso contra las cuerdas a tantos y tantos entrevistados? ¿Por qué no te plantaste ante el asesino jactancioso? ¿Un carnicero que culpa al Estado del asesinato de niños?
¿Realmente uno puede quedarse callado, sin levantarse de su silla, cuando se culpa a las víctimas de su desgracia? “El atentado de Hipercor fue culpa del Gobierno, por no cumplir con su función y desalojar cuando se le dijo”. O, en el caso de las casas-cuartel de Zaragoza y Vic, plagadas de niños: “Que hubieran desalojado las casas-cuartel, porque ya habíamos dicho que eran objetivo directo”.
¿No te cruje, como persona, esa mera exaltación del mal? ¿El dejar al soberbio inquisidor que siempre fuiste, Jordi, para convertirte en un mero notario de un asesino? O el haber podido cuestionar con fiereza periodista afirmaciones tan descabelladas como que “los guardias civiles que murieron ya sabían cuál era su función. ¿No decían todo por la patria?”
Perdiste una oportunidad de oro de cuestionar a un Ternera incapaz de arrepentirse de todo el mal que causó.
Por supuesto, tienes razón, Jordi, entrevistar no es blanquear. Pero, cuando uno se aleja de los principios que han regido toda una carrera periodística, algo no encaja. Cruje. O suelta un raro olor, ¿fetido?, en la actual época que vivimos, en que urge esconder debajo de las alfombras el dolor de las víctimas. Y darle protagonismo y peso político a quienes empuñaron las armas y ejecutaron intelectual y fielmente las órdenes. El mundo al revés.
Por supuesto, Jordi, defiendo tu trabajo. El derecho a entrevistar… a quien sea. Como defendía Gitta Sereny. Pero no cómo se hizo. Faltó que un incisivo cirujano, el que fuiste, descubriera a un personaje lleno de sombras. Todo sombras. Sólo sombras.
Quizás debiéramos de releer más a Gabriel García Márquez y hacer una destacada introspección de nuestro oficio. No olvidemos que «el periodismo es una pasión insaciable que sólo puede digerirse y humanizarse por su confrontación descarnada con la realidad«.
La humanización pasa siempre por pensar en el otro. En las víctimas, en este caso. Los terroristas no son héroes. O gudaris a los que rendir homenajes y Ongis Etorri mientras suenan el txistu y el tamboril.
La vida, la real, es otra cosa. Y tenemos la obligación de contarla.