De oficio, «hacedor» de palabras

“Cualquier necio puede escribir en lenguaje erudito. La verdadera prueba es el lenguaje
corriente”,

C. S. Lewis.

¿Qué significa escribir, sea como periodista o como escritor? ¿Cómo se forja el profesional de
la palabra? ¿El creador de sensaciones? ¿El artesano de la palabra?


El escritor nace y se hace. Un algo interior que le lleva a… Le predispone. Según la esencia
particular de cada persona. Y, por supuesto, milita en un proceso de aprendizaje constante en
el que la persona se transmuta en esponja. Absorbe todo lo relevante de sus lecturas.
Constantes. Permanentes. Variadas. Leer y leer más.


Cada libro bueno nuevo descubierto ejerce un profundo magnetismo. La persona experimenta
un enorme placer con esa nueva buena obra. Bueno o malo implica una subjetividad total. Lo
que a mí me gusta no tiene que ser norma general. Lo importante es la satisfacción personal
con el libro concreto. Lo que me enseña en la concepción de la obra en sí.


Y, como no puede ser de otra manera, la persona ha de escribir permanentemente. Con
constancia. Con determinación. Escribir. Y tirar a la basura lo que no esté perfecto. Una
catarsis necesaria. Porque el principal crítico con lo escrito es uno mismo. Es de lógica, no
puede servir para alguien, para una empresa, por ejemplo, un texto que no sea admisible ni
para quien lo escribió. Sea uno meramente informador. O mercenario de la palabra al servicio
de causas ajenas. Con unos límites (los que la conciencia propia marque al profesional). Con un
rigor. Con una seriedad. Las palabras quedan. Permanecen. Parafraseando a mi propio padre,
que afirmaba que “somos para más de un día”, lo escrito pasa a engrosar una pública
hemeroteca que retrata nuestro hacer histórico. Bueno. O malo. Lo que somos. Lo que
seremos. Lo que nos retrata como profesionales y personas, o viceversa.


Así se forja la persona, que nunca deja de querer saber más. Y de ser mejor. En todos los
sentidos.


Y, ¿qué me pido a mí mismo como comunicador (periodista, escritor), que por ende
proporciono con mis servicios? Un aquilatado decálogo de principios que, en mi caso, pasa
por:

  1. Dominar la palabra.
  2. Poseer una ferviente imaginación.
  3. Ser constante y disciplinado en el trabajo diario.
  4. Tener carácter resolutivo ante una crisis.
  5. Saber amoldar el lenguaje a quien escuche o lea. Implica ser capaz, con maestría, de
    cambiar de registro, dependiendo del auditorio. De ponerse a la altura de…
  6. Gestionar el momento.
  7. Poseer una buena agenda de contactos.
  8. Observar y aplicar lo aprendido por otros.
  9. Permanecer en constante aprendizaje (ser esponja).
  10. Y, parafraseando al escritor y periodista colombiano Javier Darío Restrepo, ser una
    buena persona.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio