DE ESPONJAS


«Nosotros somos recipientes; las impresiones se vierten en nosotros, y nosotros las recordamos y las tratamos en nuestra mente, pero somos distintos de nuestras impresiones, como el agua es distinta del vaso. El niño experimenta en cambio una transformación: las impresiones no sólo penetran en su mente, sino que la forman. Éstas se encarnan en él. El niño crea su propia «carne mental», utilizando las cosas que se hallan en el ambiente. A este tipo de mente la hemos llamado Mente Absorbente«.

María Montessori (Maria Tecla Artemisia Montessori), médico, pedagoga, psiquiatra, filósofa, humanista, feminista, sufragista y devota católica.

¿Te suena aquella teoría de que descendemos de las esponjas, o de los poríferos, según los definen los esponjólogos? Olvidémonos por un buen rato del mono. Nos encontramos con el primer animal que habitó la Tierra… hace más de 640 millones de años. Muy singular. Esqueleto de sílice o calcio y una variedad de células de colágeno, proteína espongina y bacterias simbióticas. 

Y una enorme variedad. Más de 5.000. A cada cual más singular, atractiva, sugerente. Única. Y de todos los tamaños, que comienza con la microscópica.

¿Será por eso que, conforme los años se anclan en mi existencia, más esponja me siento? Y no es por aquello de que al ducharme me esté frotando con mi tataratatarabuela. No. 

Aunque las esponjas son responsables de la transparencia de las aguas marinas, el ser humano que suscribe, y millones como yo, filtramos todos los inputs recibidos. Un bombardeo continuo de información. De vivencias. De sensaciones. De estados de ánimo.

Luego, podemos definir nuestro estatus antes la existencia misma. 

Podemos ser caballos en el ruedo de la vida. Protegidos por un pesado peto, manguitos y pechera, oídos taponados con algodón para que no escuchar el griterío… y los ojos vendados. Y no te digo nada si, además, como a los caballos reales, se les inyecta Promazil para adormecerlos.

O podemos ser esponjas. 

Soy un recipiente, parafraseando a María Montessori, en el que se van depositando todo tipo de informaciones y conocimientos. Una esponja que filtra sin cesar todo lo que llega a mi mente. Cuando todo se ha tamizado adecuadamente, la función higiénica y bactericida ha potenciado la perfecta circulación de los nutrientes por el arrecife de mi persona.

Filtrar. Y desechar. Y asimilar.

Y, como buena esponja, los años vívidamente vividos han diseñado unas antenas especiales para captar lo importante. Para estar siempre atento, inconscientemente en ocasiones, a lo relevante.

Sigo empapándome de todo lo que me rodea. 

Y, ¿tú? ¿Caballo de plaza de toros o esponja?

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